Redonda, casi sin hueco donde encajar otro de aquellos platos de plástico no emparentados, unos blancos propios de un pic-nic, otros rojos y otros verdes quizás de las últimas navidades. Aquella mesa presidía anoche la velada.
Un gran cubo azul, que antaño sirvió para amontonar múltiples calcetines desparejados, hizo las veces de cubitera, permitiendo sólo dejar ver la fina boca de las botellas de Barbadillo. Como no podía ser de otra manera, se encontraba en la barra americana de la cocina, sobre un paño de pequeños cuadros verdes que mantenía bajo control el agua que iba soltando con el deshielo.
Está claro que el glamour no tenía su noche.
Reunión tras varias semanas de un viaje en común, era la excusa para encontrarse. No hubo descripción minuciosa de fotos, eso se lo debemos a los correos electrónicos, ya todos habíamos comentado lo que aquellas pudieron dar de sí, desde el día después de la llegada.
Los sitios en la mesa no eran fijos, así en cada paseo a la "cubitera" o a la nevera a por cerveza, podía suponer un cambio de pareja. Por un momento me recordó a esas famosas citas de cinco minutos que algunos bares organizan para encontrar pareja, solo faltaba la campanita que nos recordara que debíamos mover nuestro trasero un asiento a nuestra derecha.
La cuestión es, que como se suele decir: todo con perspectiva cambia, o al menos si lo hace, se aprecia mejor. Y así fue. Yo sentada allí siguiendo varias conversaciones a la vez, me di cuenta que mis ojos me traicionaban. Frente a mí, se encontraba una amiga, bueno, conocida. Incómoda sería el calificativo que en primer momento se me ocurre para aquella situación, sin embargo, no se cómo, pero era algo así como un juego, como si estuviesemos interpretando un papel en un corto de bajo presupuesto. Nos seguíamos con la mirada, hacíamos grandes esfuerzos para seguir el hilo de la convesación más cercana sin que se notara como enfocábamos continuamente la mirada la una a la otra. Fue increible, no se cuántos movimientos ni cuántos paseos a la "cubitera" fueron necesarios, pero al final, en un momento de la velada nos encontrábamos ya sentadas la una al lado de la otra.
Ya no hubo más miradas complices, estábamos muy cerca, no tenían sentido alguno; y empezamos una conversación entrecortada y algo llena de timidez, que si bien fue entretenida no me impulsó a escribir hoy aquí.
La noche acabó, y con ella nuestro pequeño papel en aquella película.
Desde tan cerca no había perspectiva, eso no.
Ya acostada en la cama no hacía otra cosa que pensar, qué tontas fuimos. Acercarte a alguien y tener una conversación suele ser lo fácil, eso lo hacemos a diario; lo dificil es conseguir mantener una conversación sin hablar, y nosotras lo habíamos conseguido, sin embargo la rutina de nuestros actos nos pudo.